Las relaciones diplomáticas entre los gobiernos de Hugo Chávez y Barack Obama siguen estancadas y al parecer no hay señales de que se reactiven en el corto plazo. El actual jefe de la Casa Blanca ha caído en el común denominador de sus antecesores de considerar a América Latina como el patio trasero de Estados Unidos. Para muestra un botón: no ha habido intención de resolver la situación en Honduras, tras el derrocamiento del presidente constitucional de ese país, Manuel Zelaya; mucho menos hay disposición de arreglar las relaciones con Venezuela, tan maltrechas en la pasada administración de George W. Bush.
Apenas el ex senador afrodescendiente llegó al poder, muchas fueron las señales positivas que se enviaron desde Caracas para mejorar las relaciones y reactivar el comercio binacional. No obstante, en una política de bajo perfil, Estados Unidos ha seguido jugando a tratar de aislar al Presidente Chávez porque considera negativa su influencia en los países suramericanos y hasta más allá, en los países del sur del mundo y más lejos aún, en la llamada vieja Europa, inclusive.
La designación de Larry Palmer como Embajador de Estados Unidos en Venezuela es un punto de honor para Washington, pues significaría que logró imponer al candidato inicial, pese a las quejas de Miraflores. Para nuestro país, sería un gran triunfo si el polémico diplomático no viene a ejercer como tal, pues según nuestro alto gobierno, quedó invalidado por emitir declaraciones que significaban una grosera injerencia en asuntos internos.
Cuando todo parecía indicar que se iba a fumar la pipa de la paz en torno a este candente asunto, tras el fugaz encuentro entre el Presidente Chávez y la Secretaria del Departamento de Estado, Hillary Clinton, el pasado 1º de enero con motivo de la toma de posesión de la primera mujer presidenta de Brasil, Dilma Roussef, todo volvió a su punto inicial: Washington quiere seguir imponiendo a Larry Palmer y Caracas insiste en no conceder el plácet. Total: cero relaciones políticas.
Así las cosas, desde julio de 2010, el Encargado de Negocios, John Caulfield, viene ejerciendo con carácter momentáneo pero indefinido, como máxima autoridad en la embajada estadounidense en la capital venezolana, hasta tanto se llegue a un acuerdo entre ambos gobiernos. Caulfield ha lamentado que las relaciones binacionales estén en un punto muerto por la ausencia de embajadores. Hay que recordar que la administración Obama canceló la visa al hasta entonces embajador venezolano en esa nación, Bernardo Álvarez, y Venezuela tampoco tiene representante diplomático en la tierra del Tío Sam.
Por lo pronto, y evocando el diálogo como tema de moda, es momento de sentarse a buscar un acuerdo satisfactorio para ambas partes. Una relación normal permitiría tener mayor comunicación pero eso no existe por ahora. Obama tiene su atención centrada en los últimos acontecimientos en Egipto. Venezuela y América Latina no son su prioridad, por ahora. El negro, tal cual como sus predecesores en la Casa Blanca, sigue creyendo que en esta parte del continente seguimos siendo el patio trasero de su imperio.
Lo que pasa es que no ha despertado o no ha querido darse cuenta de que las cosas han cambiado y ya los distintos gobiernos y pueblos progresistas alzan su voz unida, para impedir que la bota norteña siga mancillando nuestras identidad y nuestra soberanía, además de contribuir a que los gringos se adueñen de nuestras riquezas y recursos naturales. El sueño integracionista de nuestros héroes independentistas sigue vivo y más hoy en día.
El poeta Pablo Neruda bien lo expresó: “Bolívar despierta cada cien años cuando despiertan los pueblos”; y estos pueblos latinoamericanos, bolivarianos y robinsonianos están despertando. Se están librando de las cadenas con que permanecieron atados por más de un siglo. Es la segunda independencia, después de la Independencia del imperio español. Se trata ahora de la Independencia del coloso del norte.
La designación de Larry Palmer como Embajador de Estados Unidos en Venezuela es un punto de honor para Washington, pues significaría que logró imponer al candidato inicial, pese a las quejas de Miraflores. Para nuestro país, sería un gran triunfo si el polémico diplomático no viene a ejercer como tal, pues según nuestro alto gobierno, quedó invalidado por emitir declaraciones que significaban una grosera injerencia en asuntos internos.
Cuando todo parecía indicar que se iba a fumar la pipa de la paz en torno a este candente asunto, tras el fugaz encuentro entre el Presidente Chávez y la Secretaria del Departamento de Estado, Hillary Clinton, el pasado 1º de enero con motivo de la toma de posesión de la primera mujer presidenta de Brasil, Dilma Roussef, todo volvió a su punto inicial: Washington quiere seguir imponiendo a Larry Palmer y Caracas insiste en no conceder el plácet. Total: cero relaciones políticas.
Así las cosas, desde julio de 2010, el Encargado de Negocios, John Caulfield, viene ejerciendo con carácter momentáneo pero indefinido, como máxima autoridad en la embajada estadounidense en la capital venezolana, hasta tanto se llegue a un acuerdo entre ambos gobiernos. Caulfield ha lamentado que las relaciones binacionales estén en un punto muerto por la ausencia de embajadores. Hay que recordar que la administración Obama canceló la visa al hasta entonces embajador venezolano en esa nación, Bernardo Álvarez, y Venezuela tampoco tiene representante diplomático en la tierra del Tío Sam.
Por lo pronto, y evocando el diálogo como tema de moda, es momento de sentarse a buscar un acuerdo satisfactorio para ambas partes. Una relación normal permitiría tener mayor comunicación pero eso no existe por ahora. Obama tiene su atención centrada en los últimos acontecimientos en Egipto. Venezuela y América Latina no son su prioridad, por ahora. El negro, tal cual como sus predecesores en la Casa Blanca, sigue creyendo que en esta parte del continente seguimos siendo el patio trasero de su imperio.
Lo que pasa es que no ha despertado o no ha querido darse cuenta de que las cosas han cambiado y ya los distintos gobiernos y pueblos progresistas alzan su voz unida, para impedir que la bota norteña siga mancillando nuestras identidad y nuestra soberanía, además de contribuir a que los gringos se adueñen de nuestras riquezas y recursos naturales. El sueño integracionista de nuestros héroes independentistas sigue vivo y más hoy en día.
El poeta Pablo Neruda bien lo expresó: “Bolívar despierta cada cien años cuando despiertan los pueblos”; y estos pueblos latinoamericanos, bolivarianos y robinsonianos están despertando. Se están librando de las cadenas con que permanecieron atados por más de un siglo. Es la segunda independencia, después de la Independencia del imperio español. Se trata ahora de la Independencia del coloso del norte.
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